Llevo bastante dándole vueltas a la forma en la que paso mi tiempo. Empezó un poco como una obsesión por mejorar continuamente, pero cada vez lo voy enfocando más a buscar bienestar, bien a corto o largo plazo.
Mi meta del año pasado, por ejemplo, fue leer más libros; fue una buena meta porque me ayudó a crecer, personal y profesionalmente. La de este, por el contrario, es preocuparme menos de si leo o no, y disfrutar de otras cosas como series o videojuegos; me ha ayudado a reducir un poco mi obsesión por ser siempre productivo y a quitarme ansiedad y estrés (lo que me ha venido especialmente bien esta cuarentena).
De lo que me cada vez me doy más cuenta es que, como todo en esta vida, no se trata ni de blanco ni de negro, sino de una escala de grises. Está claro que no es bueno no hacer nunca nada, pero igual de cierto es que algunas veces lo mejor para uno mismo es simplemente desconectar de todo y dejarse llevar. Al mismo tiempo, no es sano obsesionarse con ser productivo continuamente, pero ha sido ese impulso por mejorar el que me ha ayudado a estar donde estoy hoy en día; y no me cabe duda de que me siento tremendamente feliz por haber llegado hasta aquí.
Al final de lo que se trata es de encontrar el equilibrio: que el poder estar bien mañana no te impida disfrutar de dónde estás hoy.